martes, 13 de marzo de 2007

Muchos, muchos mimos

Según los expertos desde el mismo momento del nacimiento podemos notar si nuestro entorno es amable u hostil con nosotros. Está claro que los cariñitos, las caricias, los temidos mimos, son además de adictivos y peligrosos según algunos, un elemento fundamental para el desarrollo de nuestros bebés.
Desde que nacemos, somos capaces de percibir gran parte de lo que sucede a nuestro alrededor. Hay niños que incluso en la camilla en la que han nacido, subiendo con su padre y su madre desde el paritorio a la habitación, en el ascensor, son capaces de girar la cabeza reconociendo las voces que les son familiares con apenas unos minutos de vida fuera del útero materno.
Si hablamos con cariño a nuestro bebé, si le cantamos nanas o le acariciamos suavemente, con cada gesto estamos contribuyendo a que en el futuro nuestro hijo o hija sea un adulto seguro y sobre todo con capacidad para también demostrar afecto a los que le rodeen, algo que sin duda siempre le va a resultar una experiencia beneficiosa y gratificante.
Los seres humanos necesitamos sentirnos queridos a cualquier edad por lo que no debe extrañarnos que nuestro bebé también sienta necesidades afectivas y no solo alimenticias, incluso pueden ser mayores las primeras que las segundas.
A un bebé no le basta con que le quieran de por sí sino que necesita que se le demuestre el afecto, el cariño, la ternura, el amor. Así que nuestras caricias, arrumacos, achuchones, besos y abrazos son imprescindibles para su correcto desarrollo. Por todo esto es vital para nuestro hijo desarrollarse en un ambiente alegre y rico en sentimientos positivos, él no tiene la seguridad de que simplemente le queremos, él necesita confirmarlo de manera continúa, él, si lo pensamos: apenas nos conoce, no sabe lo que vamos a hacer, ¿volveremos alguna vez cuando le dejamos solo en su cuna?¿le taparemos cuando tenga frío?¿le acunaremos si tiene angustia, si se siente solo?
Aunque nuestro hijo tenga sólo unos días de vida está demostrado que entiende a su manera nuestras demostraciones de cariño y después las interioriza, capta lo que ocurre a su alrededor, nuestras palabras, nuestras caricias, nuestros gestos, nuestro tono de voz,... momentos como el de acunarle dulcemente, susurrarle al oído canciones o sentimientos, acariciarle la tripita, cogerle las manos mientras se queda dormido,... todo esto le estimula de una manera muy positiva porque se siente querido.
No es que nuestro bebé entienda el significado de nuestras palabras con sus pocos días de vida, pero comprende a la perfección la emoción y el cariño con que pronunciamos esas palabras y esa entonación puede ser la llave de su tranquilidad, de su paz interior, de su sosiego... y de paso del de sus padres...
En esta etapa inicial y sólo gracias a nuestro apoyo y a nuestro amor sin condiciones y manifestado de cualquier forma que se nos ocurra, vamos a ir estableciendo toda una serie de vínculos afectivos que van a perdurar durante toda la vida y que por supuesto, van a marcar definitivamente nuestra relación con este niño que antes de que nos demos cuenta dejará de ser un bebé y necesitará poco a poco, menos de estas muestras de cariño a las que también nosotros cada día nos vamos acostumbrando tan fácil y dulcemente.
Quizás al principio no sepamos cómo y cuánto debemos insistir en estas manifestaciones de cariño que probablemente con el paso de los días fluyan sin mayor complicación. A veces, por la escasa capacidad de respuesta de los recién nacidos podemos enfriarnos sin darnos cuenta y perder el ánimo pero es que tenemos que recordar que nos hemos metido en una carrera de fondo. Hasta los 3 o 4 meses nuestro bebé no dejará de ser un mero receptor de emociones para comenzar poco a poco, lentamente a ir emitiendo también las suyas propias. Todo un descubrimiento que por supuesto nos emocionará.
Después las muestras de cariño serán mutuas y con el paso del tiempo para nosotros se convertirán en dulces recuerdos pero para ellos formarán parte de los cimientos de su vida afectiva, de su relación con los demás, incluso, por qué no, con sus propios hijos.

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